Pese a que los motivos que me llevaron a mi investigación en Cuba y al deambular por las calles de La Habana sólo tangencialmente derivan de mi vinculación con Maragatería, sabía que antes o después tendría que encontrarme con lo maragato. O, dicho de otro modo, de un modo más sincero para un pragmatista convencido de la inexistencia de predestinación, me sorprendía de no haber aún topado con lo maragato. Bien sabía por mis andanzas en Val de San Lorenzo de la presencia de los Cordero en la prestigiosa manzana de Gómez (hoy en proceso de restauración tras su debacle absoluta) con su sastrería El Sol, donde los viejos profesionales de clase alta todavía hoy recuerdan con cariño hacerse los trajes a medida, y la Sociedad de Naturales de Val de San Lorenzo en La Habana, temas que trato en mi libro “Etnoarqueología y gestión del patrimonio: Val de San Lorenzo y Maragatería”.
Sastrería El Sol, 1913.
Pese a que me resistía a seguir esa línea de pesquisa que tanto me atraía, para dedicarme a lo que allí me ocupaba, varias entrevistas llevaron a que, sin yo buscarlo intencionalmente, distintas personas comenzaran a hablar de los dulces que venían de los “magatos” o los “maragos” o de un sitio de “nombre parecido a Asturias”. Una especie de mantecados, muy secos, que había que empapar “de cualquier cosa para tragarlos”. Todas las infancias que recordaban las mantecadas de Astorga, por supuesto, eran infancias previas a la Revolución, que progresivamente difuminó los patrones de consumo y conducta de herencia española. El punto de inflexión llegó en forma de una impertérrita custodiallamada Marianelys, afirmaba solemnemente que pese a su (orgullosamente llevado) origen italiano, en La Habana “los que mandaban eran los gallegos” (entendidos en Cuba como españoles en general).
Después, comentando la estrepitosa llegada (y absurda recepción por parte de los habaneros) de una superstar estadounidense a Cuba (Beyoncé) y su estadía en el hotel más caro de La Habana (el Saratoga), Marianelys comentaba que “ese también lo fundaron los de por allí, los maragatos. Esos también hicieron el New York. Se decía que eran gente rara”. Evidentemente me pudo la curiosidad, que me llevó a la hermana de Marianelys, mayor que ella, y que secundariamente me derivó al historiador de Habaguanex (marca turística de la Oficina del Historiador de la Habana). Rafael Fernández Moya, historiador consumado, había empezado a estudiar los árabes, decía, a partir de su descubrimiento de los maragatos, gentes que, según me explicaba, “provenían de Egipto”, y de las que nadie sabía cómo habían ido a dar a parar a España y a América. Y que después “se fajaron con los brasileños y con toda la gente de por ahí p’abajo, y que parece ser que los gauchos se visten como ellos, o son ellos adaptados a las américas, o vaya usté a saber”. Sólo al tercer día que nos encontramos comprendió que yo era de Maragatería, ya que él pensó desde el primer momento que me estaba quedando con él cuando le decía que era maragato, perode los de verdad. “¡Déjate de jodedera, gaiego!”, respondía.
Cuando salía de su despacho a tres días de volver hacia España y sin ninguna información más sobre la pista de los maragatos, Rafael, historiador de los hoteles de la ciudad, me para los pies con su grave voz bailando al son de su memoria, que le trae el recuerdo del Hotel Florida, que, insiste, debo visitar. En la calle Obispo, el de los patios. Allí, acaba de recordar, se encuentra el Piano-Bar Maragato.
Efectivamente, en uno de los hoteles más lujosos de La Habana de la primera mitad del siglo XX (deja de funcionar en 1950), luce en la puerta de un espacio dentro del patio la letra dorada del Piano-Bar Maragato, nombre dado por los restauradores del inmueble al lugar en honor al coctelero o barman más famoso de principios de siglo en Cuba: Emilio González, el maragato. Tan famoso como los míticos Ribalaigua o Economides, parece ser que el maragato, según fuentes varias, tuvo un papel fundamental en la creación y difusión del Daiquirí a partir de 1913, cuando empieza a servirlo en el Hotel Plaza de La Habana. Esto, hasta que más adelante Ribalaigua lo perfecciona en El Floridita y Ernest Hemingway lo mitifica con sus melopeas de supuesta índole cultural en dicha tasca. Si bien el maragatono legó su coctelario, Ciro Bianchi Ross ha podido recuperar la que parece ser era su opus magnum: el Maragato Special. Bienvenido sea el Maragato Special de aires tropicales para las gélidas noches de nuestra tierra. Bienvenido sea también el Maragato Specialpara aquellos maragatos, emigrantes e inventores siempre, que puedan hoy en cualquier parte del mundo recordar su tierra tomando un trago mirando al cielo.
Y estrujarse el cerebro para encontrar el dichoso marrasquino.
Maragato Special. Ingredientes y preparación:
En la coctelera añadir:
Trozos de hielo (para frapear)
Media onza de zumo de limón
Un golpe de marrasquino
Media onza de zumo de naranja
Media onza de vermut blanco
Media onza de vermut rojo
Media onza de ron carta oro
Batido y colado. Servir en copa de cóctel.
Gracias a Marianelys en la Casa de Asia, a Yessi Montes de Oca por llevarme a ella, a Rafael Moya y a Ciro Bianchi por no dejar al maragato caer en el olvido, y finalmente a Pedro Cordero.